Venezia: el carnaval que pudimos perdernos

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veneziaDicen que Venezia, o Venecia, en Italia, es una de las ciudades del amor, junto a París. Además de que, a priori, para mí siempre serán Verona o Florencia, esta rebeldía en contra de la etiqueta de «la mejor urbe para rendir homenaje a Afrodita» tiene su base, si no científica, en argumentos más o menos racionales. Para mí y mis amigas Laia y Olaya, siempre será la ciudad que-casi-nos-pudimos-perder.

Tiempo de carnavales. Hace seis años. Erasmus. Olaya, en Aalborg (Dinamarca), Laia, en Gante (Bélgica) y Marta, yo, en Florencia (Italia), se disponen a casi-perder el tren que las lleva de esta última ciudad hasta Venezia. Mentiría si dijera que es la primera vez que llego tarde a un sitio. Pero el viaje a Venecia fue de película. ¿Por qué? Vamos por partes, o por razones. Antes, unos incisos:

Mi amiga Olaya y los transportes italianos

Mi buena amiga y hasta hace muy poco compañera de piso Olaya es asturiana. Como tal, tienes las cosas muy claras y muy poco espesas. Por eso ella se marchó a Dinamarca y gozó de lo lindo. Y por eso todavía a día de hoy odia la organización italiana, especialmente, en cuanto a comunicaciones por tren se refiere. Este capítulo podría titularse: «Odisea en Carnavales». Y de cómo a la una de la madrugada todavía la esperaba en la estación fiorentina de Santa Maria Novella. Después de horas de retraso, sumadas al cansancio de un trasbordo en Milán, tenía a una de las protagonistas de esta historia descansando en mi casa.

De cuando llegó Laia y su pierna, y viceversa

Olaya llegó tarde, pero entera. A diferencia de Laia, que, un par de días después, aterrizó puntual, pero coja. ¡Se nos había lesionado esquiando! Las risas y unos cuantos comentarios al respecto aligeraron la situación. Pero, ¡ai, bendita juventud lo que nos esperaba!…

‘Fast and furious’ to Venice

El porqué de por qué has de llegar tarde a coger el tren que te lleva, ni más ni menos, a los carnavales de Venecia, con una persona que tiene la pierna escayolada, aún está por descubrir. Unos dicen que es el karma -aunque Laura Norton diría que no culpes a este ente tan de moda «de lo que te pasa por gilipollas»-. Sí, eso nos pasó a nosotras.

En situación: salimos veinte minutos antes de la hora de partida prevista de nuestro tren. El barrio donde viví mi primer semestre en Florencia siempre estaba lleno de taxis libres, menos ese día. ¡Ni un taxi, señores! La imagen era variopinta y desternillante: yo reclamándole a Laia, la «amiga coja», un poco de premura para encontrar una solución, mientras me moría de la risa.

Cuando, después de cinco o diez interminables minutos por fin pasó uno, el siguiente dilema fue: ¿prefiere Usted llegar a Venecia o vivir? El taxista se tomó al pie de la letra nuestro: Veloce, siamo in ritardo. Todavía no sé cómo atravesamos el espacio extremadamente delgado que nos dejaron dos camiones. Parecía imposible, pero, tras marcharnos pitando del taxi, que nos perdonó el «pico» de lo que teníamos que pagar, estábamos sentadas en el tren que me parecía incluso mejor que el de Viaje a Darjeeling. Esto es decir mucho.

Por fin, en Venecia

Primeros vistazos (retrospectivos) de Venecia: la plaza Campo Santa Margherita, los doce euros por una botella de agua y un panino, y colores y elegancia a rebosar. Allí nos hospedamos, en la primera plaza, en un B&B; por cierto, una de mis primeras veces en estos lugares que ahora no dejo de frecuentar. Recuerdo cómo roncaba uno de mis compañeros de habitación. Allí era hasta entrañable.

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La primera noche nos encontramos con un ambientazo propio de los carnavales de Venecia. Los siguientes días, seguiríamos surfeando en la aventura de intentar quitarle el disfraz a una ciudad que es hermosa, hermosísima, cuando se va de carnaval. Nada que ver con el carnaval de Viareggio, ni con otros carnavales que había vivido anteriormente. Los objetivos de nuestras cámaras no daban a vasto, como ojos que buscan captar la mayor cantidad de trajes y maquillajes posibles. A los venecianos les gusta presumir de fama, y la verdad es que se la han ganado (¡mirad qué fotos!).

Recuerdo que compré dos máscaras, y que me costó muchísimo decidirme por solamente dos. Venecia está repleta, además de románticos rincones y canales, de tiendas de máscaras. Entrar en una de ellas es equiparable a visitar un museo.

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Olaya, Laia y yo estábamos en Venecia. ¡No me lo podía creer! Fue un viaje bastante tranquilo, conocimos a alguna gente y pateamos mucho, muchísimo -me encanta-. El tiempo acompañó, y creo que hasta la pierna de Laia cobró vida. Espero el día en el que pueda volver a ver todo lo que me dejé de (y en) Venezia.

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(Fotografías de y/o con la cámara de Laia)

 

marta

Premio Extraordinario de Periodismo. Escritora de vocación. Italiano, inglés, castellano, catalán y "un petit peu" de francés. Content writer (cultura y viajes). Antes, El Periódico de Catalunya y el Diario Información. Conocimientos de SEO.
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